miércoles, 28 de noviembre de 2012

La Constitución para los niños.

Pincha en la palabra CONSTITUCIÓN y podrás leer sobre los derechos y deberes de  los españoles.

LECTURA COMPRENSIVA Nº2


GUIÓN DIDÁCTICO
para el curso
5º de PRIMARIA
"EL ÁRBOL CONFUNDIDO"

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste.
El pobre tenía un problema: "No sabía quién era."
Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano,- si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. "¿Ves que fácil es?"
-No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y "¿Ves que bellas son?"
Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:-No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución:
"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas...Se tú mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior."
Y dicho esto, el búho desapareció.
¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió...
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:
"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera -Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje...”
Tienes una misión "Cúmplela".
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.
Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos.
Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

martes, 13 de noviembre de 2012

LECTURA COMPRENSIVA Nº1


El bosque de las letras

A Virgilio no le gustaba leer. Así que en cuanto la profesora, la señorita Esperanza, les dijo aquello, se armó la revolución.
–Este trimestre vamos a leer este libro, y después vendrá el autor.
El libro que tenían que leer era de los “gordos”. Y sin dibujos. Virgilio cogió la dichosa novela y empezó a leerla. Una página. Dos. Ni siquiera se dio cuenta. A la tercera ya estaba enganchado. Al cerrar el libro, tuvo un extraño sentimiento de pena.
El día que el escritor fue a hablar al colegio, Virgilio se sentó en primera fila. Al terminar la charla, la clase entera formó una cola para que les dedicara los correspondientes libros. Virgilio esperó a ser el último.
–Quería hablar con usted. Su libro es el primer libro que leo entero y me gusta. Quiero que me diga títulos de novelas suyas o de otros autores. El autor del libro se lo quedó mirando con seriedad.
–Tú deberías leer El Libro. El Libro únicamente puede leerse en la biblioteca pública. Tú entra, dirígete al bibliotecario o bibliotecaria, le dices que te envío yo y que quieres leer El Libro. Nada más.
Virgilio salía de la escuela aún conmocionado por las palabras del escritor. Iba a cruzar la calle, envuelto en sus pensamientos, cuando de pronto, al levantar la cabeza, se quedó mudo. Allí, frente a él, en la acera opuesta, en el mismo lugar por el que pasaba cada día cuatro veces, dos al ir a la escuela y dos al regresar, vio el letrero. Una biblioteca. Lleno de entusiasmo, feliz, cruzó la calle a la carrera.
La biblioteca era cuadrada y tenía tres pisos. El techo, de cristal labrado, era lo más bello que Virgilio recordase haber visto jamás. Precisamente mirándolo absorto, casi ni se dio cuenta de que ya había llegado hasta el espacio ocupado por la bibliotecaria. Virgilio se detuvo frente a ella.
–Buenas tardes. Quería… –Virgilio tragó saliva–. Quería El Libro.
A la señora le cambió la cara.
– ¿Quién te envía?
–Me envía el escritor.
–Al fondo –señaló ella.
Virgilio volvió la cabeza. Había una puerta. Caminó con paso vacilante e inseguro. Puso la mano en el tirador de la puerta y lo movió hacia abajo. La hoja de madera cedió sin apenas empujarla. Primero no vio nada, porque todo estaba en penumbra, pero al abrir un poco más fue naciendo una luz y vio algo. Un gran libro, enorme y grueso, de tapas duras. Le llamaba. Su mano rozó las cubiertas del libro. “El fabuloso mundo de las letras.”
Apenas si levantó la cubierta un milímetro, un destello de luz emergió de ella.
Levantó la cubierta un poco más. Y a medida que la luz aumentaba en intensidad, las paredes de la habitación comenzaron a desvanecerse. ¿Estaba soñando? Había creído vislumbrar algo más allá de ellas, como si se esfumaran sin más, haciéndose invisibles. Y en lugar de esas paredes había visto algo parecido a… ¿un bosque?
Respiró a fondo. Y abrió la cubierta de golpe.
Todo cambió súbitamente. El entorno se convirtió en un vergel, un gran jardín lleno de flores y plantas, con una vegetación exuberante y agreste. Era un bosque sí, pero un bosque formado por…
–¡Ahí va! –manifestó boquiabierto.
Pasó entre los árboles. Unos representaban claramente una letra, casi era un juego intuir a cuál se parecían otros. Virgilio hubiera jurado que las letras, es decir, los árboles, estaban vivos. Por eso les habló.
–¡Hola!
Los árboles en forma de H, de O, de L y de A agitaron sus ramas de manera apenas imperceptible. ¡Le estaban contestando!
–¿Dónde estoy?
Le costó “leer” la frase entera, porque se movieron muchos, aunque sincronizadamente, uno tras otro. “E.N.E.L.B.O.S.Q.U.E.D.E.L.A.S.L.E.T.R.A.S.” Virgilio se acercó a un árbol en forma de V. La V era la letra que más le gustaba. Al posar la mano sobre él, sintió que el árbol se estremecía.
En alguna parte había leído que cuando abrazas a un árbol, te llenas de su energía. Te inundas de ella, porque el árbol está en contacto con la tierra. Virgilio nunca se había abrazado a un árbol. Así que lo hizo. Abrazó al árbol V con todas sus fuerzas. Y supo que era verdad, porque fue como si recibiera la más energética de las corrientes.
–Gracias –le susurró al árbol V–. He de irme.
“A.D.I.O.S.”, le desearon los cinco árboles respectivos.
Buscó el camino por el que había entrado. A lo mejor volvía a pasar por allí, aunque algo le dijo que no, que todo aquello era único. Fascinante pero único.